La Fuerza Incontenible de lo Latino: Resistencia y Dignidad en Tiempos Difíciles

 


Por: Ricardo Abud

En los Estados Unidos, la comunidad hispana ha construido un legado de perseverancia que trasciende las fronteras del origen.


Durante décadas, este país ha ido reconociendo gradualmente el valor del talento latino, permitiendo que muchos encuentren oportunidades para crecer y prosperar. Sin embargo, este reconocimiento ha llegado lentamente, y siempre con la premisa de que debemos ganarnos nuestro lugar: al César lo que es del César, y a los hispanos lo que es nuestro.

Tierra de sueños y también de pesadillas para quienes llegan buscando una vida mejor. Para millones de latinos, esta nación representa una promesa: la posibilidad de trabajar con dignidad, de criar a sus hijos en paz, de construir un futuro con base en el esfuerzo. Pero esa promesa, tantas veces, ha venido acompañada de desprecio, marginación y rechazo.


Muchos de los que hoy viven en EEUU se benefician de las oportunidades que el país ha ido abriendo, poco a poco, al talento hispano. Hay que reconocerlo. Al César lo que es del César, y a los hispanos lo que es nuestro. Pero no se puede hablar del avance sin denunciar el peso de la injusticia con la siguen cargando. La discriminación no es un mito. Es una herida diaria.


La crueldad institucionalizada del ICE y las políticas migratorias siguen marcadas por la maldad. Se han separado familias, se han deportado padres mientras sus hijos lloraban sin entender por qué. Se ha encerrado a menores en centros de detención. Se ha degradado al ser humano al tratarlo como un número, como una amenaza, como una molestia.


En 2025, las redadas del ICE se han intensificado con una brutalidad sin precedentes. Las operaciones de deportación masiva se están realizando en ciudades clave, creando un clima de terror en comunidades que han vivido décadas contribuyendo al desarrollo de ese país. Los agentes del ICE han expandido sus operaciones más allá de los lugares tradicionalmente focalizados, llegando a escuelas, hospitales, iglesias y centros de trabajo, violando espacios que históricamente habían sido considerados santuarios.


La maquinaria de deportación opera con una eficiencia deshumanizante. Aunque el discurso oficial promete enfocarse en criminales peligrosos, los datos revelan que solo una fracción minúscula de quienes han sido deportados fueron por delitos graves como homicidio o abuso sexual. La realidad es que las redadas atrapan principalmente a trabajadores, padres de familia y personas cuyo único "crimen" es buscar una vida mejor.


Los centros de detención del ICE se han convertido en espacios donde la dignidad humana es sistemáticamente violada. Familias enteras son encerradas en condiciones deplorables, niños son separados de sus padres sin explicación, y personas que han vivido décadas en Estados Unidos son tratadas como criminales peligrosos. La separación familiar no es una consecuencia colateral de estas políticas: es una herramienta deliberada de castigo y disuasión.


Entre todas las comunidades latinoamericanas, los venezolanos enfrentan una forma particular de odio institucionalizado. Trump ha firmado una proclamación que prohíbe la entrada de 12 nacionalidades y restringe específicamente a venezolanos y cubanos, creando un apartheid migratorio que criminaliza la nacionalidad misma.


Venezuela ha denunciado una nueva campaña de odio y estigmatización contra el pueblo venezolano, promovida por el gobierno de Donald Trump y opositores de la derecha fascita venezolana, que va más allá de las políticas migratorias tradicionales. Esta campaña ha creado un ambiente donde ser venezolano se convierte automáticamente en motivo de sospecha, rechazo y persecución.


Los venezolanos en Estados Unidos enfrentan una doble discriminación: por ser latinos y por ser venezolanos. Se les presenta como invasores, como portadores de ideologías peligrosas, como amenazas a la seguridad nacional. Esta retórica ha permitido que se justifiquen medidas extraordinarias contra ellos, desde la negación de procesos de asilo hasta la deportación expedita de familias enteras.


La discriminación, xenofobia y el discurso del odio contra la población migrante venezolana persisten, alimentados por una narrativa política que los utiliza como chivos expiatorios para problemas sociales más amplios. Esta campaña de odio ha trascendido las fronteras de Estados Unidos, creando un efecto dominó de rechazo en toda la región.


El impacto psicológico de esta persecución específica es devastador. Madres venezolanas viven con el terror constante de que sus hijos sean deportados a un país que no conocen. Profesionales calificados son reducidos a la clandestinidad. Familias que huyeron de la crisis económica y política de Venezuela se encuentran enfrentando una nueva forma de persecución en tierra americana.


La retórica del desprecio, ya nadie puede hablar de respeto mientras mantenga una narrativa de odio. Donald Trump tanto en su presidencia como en su discurso actual ha representado una de las expresiones más crudas y vergonzosas del desprecio institucional hacia lo latino. Nos llama criminales, violadores, invasores. Y con esa retórica activó una cadena de violencia simbólica y real que muchos aún no han superado. Su actitud no fue firmeza: fue deshumanización. Su política no fue defensa: fue exclusión.


Es precisamente en territorio estadounidense donde se comprende la verdadera dimensión del carácter universal y el potencial incontenible de lo latino. Las comunidades que hablan la lengua cervantina no sólo enriquecen la vida cultural del país, sino que aportan valores fundamentales apoyados en su propia dignidad, el trabajo duro, el sacrificio y el poderoso sentimiento de unidad que no busca enfrentamiento con nadie.


Sin embargo, esta realidad constructiva contrasta dramáticamente con el clima político actual. Las políticas migratorias de la administración Trump han representado un retroceso significativo en el reconocimiento de la dignidad latina. La retórica divisiva, las redadas masivas, la separación de familias y la criminalización sistemática de las comunidades migrantes han creado un ambiente de temor e incertidumbre que afecta no solo a quienes están en situación irregular, sino a toda la comunidad hispana.


Las políticas de deportación masiva han roto el tejido social de comunidades enteras. Familias que han vivido durante décadas en Estados Unidos, contribuyendo con su trabajo y sus impuestos, se ven amenazadas por una maquinaria burocrática que los trata como invasores en lugar de reconocerlos como lo que son: parte integral de la sociedad americana.


La construcción del muro fronterizo se ha convertido en un símbolo de rechazo que contradice los valores fundamentales sobre los cuales se construyó este país. Mientras los latinos continúan aportando al crecimiento económico, cultural y social de Estados Unidos, enfrentan una hostilidad institucionalizada que busca minimizar su presencia y negar su humanidad.


La gente no se rinde. Porque lo latino no se borra ni se exilia. Lo latino se adapta, se transforma, se sostiene en la memoria, en el trabajo y en la dignidad. Porque han aprendido que no hay mayor fuerza que la de una comunidad que se mantiene unida, no contra alguien, sino a favor de sí misma.


La comunidad hispana en Estados Unidos no sólo aporta economía que lo hace y mucho, sino valores esenciales: el respeto por la familia, la resistencia silenciosa, la fe, la gratitud, la solidaridad. Han llevado su lengua, cocina, canciones, creencias y sus heridas. Pero también su alegría, su inteligencia y sus soluciones.


Lo latino ya no es sólo una etiqueta identitaria: es una afirmación política, una trinchera cultural y una realidad demográfica imparable. Hay millones de niños nacidos en este país que escuchan a sus abuelas en español, que bailan salsa, cumbia y comen tamales, que viven entre dos mundos y los hacen uno solo. Esos niños son el futuro de Estados Unidos. Nos guste a todos o no.


Y por eso debemos seguir alzando la voz. No desde el odio, sino desde la conciencia. No desde la rabia, sino desde la firmeza. Porque si no nos valoramos nosotros, nadie lo hará por nosotros. Tenemos que dejar de pedir permiso para existir. Nuestra existencia ya es prueba suficiente de nuestro derecho.


Ser latino hoy en Estados Unidos es, muchas veces, resistir. Pero también es crear, soñar, cuidar, construir. Es hablar dos lenguas y pensar en tres tiempos. Es llorar por lo perdido y celebrar lo conquistado. Es mirar hacia adelante sin perder de vista de dónde venimos.


Y si algo nos ha enseñado la historia, es que los pueblos que creen en su dignidad, tarde o temprano, logran que esa dignidad sea reconocida. No hay muro que frene lo que se siembra con amor y se sostiene con fe.


La historia de los latinos en Estados Unidos es una historia de construcción constante. Con el corazón abierto y la curiosidad como bandera, estas comunidades han demostrado que es posible amar los países de origen mientras se abraza la idea de lo latino y el orgullo de sentirse hispanos en tierra americana. Esta dualidad no representa una contradicción, sino una riqueza cultural que ha beneficiado profundamente a la sociedad estadounidense.


Los hispanos han demostrado ser una fuerza laboral fundamental, emprendedores visionarios, artistas que han enriquecido la cultura popular, profesionales que han destacado en todos los campos del conocimiento, y ciudadanos comprometidos con el bienestar de sus comunidades. Su presencia ha transformado ciudades enteras, revitalizando barrios, creando empleos y manteniendo vivas tradiciones que forman parte integral del mosaico cultural americano.


Ante esta adversidad, la comunidad latina ha respondido no con enfrentamiento, sino con una reafirmación de sus valores y su identidad. La lengua cervantina se mantiene viva en hogares, escuelas y medios de comunicación. Las tradiciones se preservan y se comparten, creando puentes entre generaciones y culturas.


La creatividad latina ha encontrado nuevas formas de expresión, utilizando plataformas digitales, arte urbano, música y literatura para contar sus propias historias y desafiar los estereotipos. Esta resistencia cultural representa una forma de dignidad que no puede ser eliminada por decretos gubernamentales.


La consolidación del respeto hacia la comunidad latina requiere de un esfuerzo conjunto. Es fundamental reivindicar la presencia hispana en todos los espacios de la sociedad americana, desde las producciones culturales hasta los espacios de poder político y económico. Solo así será posible competir en igualdad de condiciones.


Nadie nos valorará si no lo hacemos nosotros primero. Esta premisa fundamental implica la necesidad de construir instituciones sólidas, apoyar el talento emergente y crear redes de solidaridad que fortalezcan la presencia latina en Estados Unidos. La unidad no debe ser solo un ideal, sino una práctica cotidiana que se traduzca en acciones concretas.


A pesar de las dificultades actuales, la historia demuestra que las comunidades resilientes encuentran formas de superar los obstáculos más grandes. La fuerza incontenible de lo latino no se detiene ante las políticas excluyentes ni ante la retórica del odio. Por el contrario, estos desafíos fortalecen la determinación de seguir construyendo, creando y aportando.


La experiencia latina en Estados Unidos es un testimonio de que la diversidad cultural no debilita una sociedad, sino que la fortalece. Los valores hispanos de familia, trabajo duro, solidaridad y respeto por los mayores son precisamente los valores que han hecho grande a Estados Unidos.


Las dificultades actuales pasarán, como han pasado otras en la historia de este país. Lo que permanecerá será el legado de trabajo, cultura y dignidad que la comunidad latina continúa construyendo día a día.


"Como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles. Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades."


NO HAY NADA MÁS EXCLUYENTE QUE SER POBRE. 


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