Por: Ricardo Abud
El mundo observa con inquietud el desarrollo del conflicto entre Israel e Irán, una tensión que trasciende fronteras y se materializa en los mercados energéticos globales. Los precios del petróleo han experimentado alzas significativas, con incrementos del 4% en sesiones recientes, reflejando la preocupación de los inversionistas por posibles interrupciones en el suministro.
En ese contexto, países productores como Venezuela vuelven al radar global. Con una de las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, nuestro país se encuentra en una posición geoestratégica inmejorable: lejos de los teatros de guerra, pero cerca de los mercados necesitados de alternativas estables. La posibilidad de que Venezuela aumente su producción para cubrir parte de una eventual demanda insatisfecha no es una simple hipótesis; es una carta que muchos ya estudian con atención en Washington, Bruselas, Pekín y otras capitales. La experiencia reciente con las disrupciones causadas por conflictos y sanciones ha demostrado a los mercados la importancia de tener múltiples fuentes de energía.
La posición geográfica de Venezuela ofrece ventajas estratégicas significativas. Su cercanía a los principales mercados de consumo en América del Norte y la facilidad de transporte hacia Asia y Europa la posicionan como un proveedor potencialmente más estable que las fuentes de Medio Oriente, tradicionalmente sujetas a mayores riesgos geopolíticos. De este modo, el país tiene la oportunidad de convertirse en un socio energético confiable para naciones que buscan diversificar sus fuentes de suministro.
Sin embargo, la capacidad de Venezuela para capitalizar esta oportunidad enfrenta obstáculos significativos. Aunque la producción petrolera venezolana ha mostrado signos de recuperación en 2025, alcanzando 1.051 millones de barriles por día en abril (un progreso, pero muy lejos de los 3.2 millones de barriles diarios del año 2000), el país aún carece de la capacidad inmediata para extraer y procesar eficientemente sus vastos recursos.
La modernización de la infraestructura petrolera, que ha sufrido años de desinversión, niveles de corrupción muy altos, requiere capital técnico y financiero considerable. Además, el país necesita atraer trabajadores calificados y empresas petroleras extranjeras, mientras navega por un entorno regulatorio y político complejo. La situación con Chevron, que actualmente produce el 20% del total de barriles en el país, es un ejemplo claro: si esta empresa se retira, el 20% de la producción actual se perdería, evidenciando la vulnerabilidad y dependencia.
Desde el punto de vista político, Venezuela enfrenta un dilema. Por un lado, la necesidad urgente de reactivar su economía, marcada por años de contracción, hiperinflación y migración masiva. Por otro, el desafío de hacerlo sin quedar atrapada en una nueva dependencia, esta vez energética y diplomática, en medio de un conflicto que no le pertenece.
Detrás de cada estadística energética hay millones de personas cuyas vidas se ven afectadas por estas fluctuaciones globales. Para las familias venezolanas, un aumento en los precios internacionales del petróleo representa la posibilidad de mejores ingresos públicos, inversión en infraestructura y, potencialmente, una mejora en sus condiciones de vida.
La pregunta clave es: ¿Puede Venezuela convertirse en un actor energético relevante sin comprometer su soberanía política o su vocación pacifista? ¿Puede negociar sin alinearse, cooperar sin subordinarse, producir sin contaminar su presente o hipotecar su futuro? La respuesta, como casi todo en América Latina, está en la forma. No se trata de escoger bandos, sino de elegir caminos. Venezuela podría usar esta coyuntura para impulsar acuerdos de cooperación transparentes, sostenibles y éticamente orientados, buscando alianzas que respeten su autodeterminación, al tiempo que contribuye a la estabilidad de los mercados y, por qué no, a la paz.
Desde una perspectiva regional, el fortalecimiento del sector energético venezolano podría contribuir a la estabilidad energética de América Latina. Los países vecinos podrían beneficiarse de precios más competitivos y menor dependencia de proveedores externos. Globalmente, una Venezuela que recupere gradualmente su capacidad productiva representa un factor de equilibrio en los mercados energéticos. No se trata solo de añadir barriles al mercado, sino de crear una alternativa geográfica y política a las fuentes tradicionales de energía.
El escenario actual ilustra la interconexión profunda de nuestro mundo. Un conflicto en Medio Oriente repercute en los precios de la gasolina, mientras que las decisiones de política energética en Caracas pueden influir en la estabilidad de los mercados asiáticos. Venezuela se encuentra en una encrucijada histórica. La confluencia de tensiones geopolíticas globales, la necesidad mundial de diversificar fuentes energéticas y su propio potencial natural crean una ventana de oportunidad única.
La clave será la capacidad del país para equilibrar sus intereses internos con las demandas de un mercado global cada vez más complejo y volátil. En este proceso, tanto Venezuela como la comunidad internacional tendrán que navegar entre la urgencia de las necesidades energéticas presentes y la construcción de un futuro energético más resiliente y sostenible.
La historia energética mundial continúa escribiéndose, y Venezuela, con todas sus complejidades y potencialidades, tiene la oportunidad de ser un protagonista en lugar de un espectador en esta narrativa global. Y quizás ahí esté el verdadero reto de este momento histórico: usar el petróleo no como excusa para la confrontación ni como botín de la crisis, sino como punto de encuentro, de diálogo y de reconstrucción. Porque si algo necesita hoy el mundo además de energía es humanidad.
NO HAY NADA MÁS EXCLUYENTE QUE SER POBRE.
0 Comentarios